Jasper es una pequeña villa canadiense con media docena de calles, que sirve de base para que el viajero explore la bellísima región en que está localizada.
A 100 quilómetros de distancia, rumbo al sur, está el glaciar Columbia. La carretera 93 que nos lleva hasta allá es una de las rutas escénicas más lindas que podemos encontrar. El trazado de la carretera es a lo largo de las montañas y picos y casi siempre al lado de un rio.
Recibir una multa de transito por velocidad es muy difícil por aquí. Vas a andar despacio para aprovechar cada quilómetro del camino. Con tantos picos con nieve, es grande la cantidad de cascadas de la región y algunas se encuentran a pocos metros de la carretera.
Para visitar el glaciar te tomas un ómnibus especial para expediciones en el hielo. El ómnibus tiene ruedas con un ancho de más de un metro para superar el terreno helado. Allá es el único lugar del mundo donde se consigue llegar al centro de un glaciar con un vehículo. ¡El lugar donde bajamos tiene abajo de nosotros, 260 metros de hielo, pero ya fue mucho más grande!
Nuestro próximo destino fue el arco suspendido, que deja a los visitantes a 280 metros sobre el rio y caminando en un piso de vidrio. Hay una sensación de seguridad, pero mucha gente pisaba cautelosamente sobre el vidrio.
¡No pude creerlo cuando en el camino para Jasper, vi un oso negro a menos de 20 metros de distancia de la carretera! Con prudencia y dejando el motor prendido, salí del auto para sacar algunas fotos. Una experiencia increíble, una escena como aquella sólo en los documentales que veía en la TV.
Llegando a Jasper tuvimos todavía tiempo para visitar dos lagos lindos, el lago Patricia y el Pirámide que quedan a menos de diez minutos del centro y son parte de una tarjeta postal maravillosa.
El día fue completo y repleto de imágenes que no vamos olvidarnos jamás. En el día siguiente el viaje continuará para Toronto, y será el tema de la próxima publicación.
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